jueves, 19 de mayo de 2016

UN PRÓLOGO DE CAMILO JOSÉ CELA (Y II)




Sobre las cuatro actitudes del escritor ante el político, según prólogo de su autor a “La colmena”, lo primero que debemos apuntar es el irrisorio papel que cumple en la Historia, la grande y la menuda, esa curiosa figura empeñada en anillarnos el hocico.

El escritor siempre se ha cegado con el político, de una u otra forma. Quizá sea inevitable, al ser éste quien, con una mano, distribuye las gabelas y, con la otra, te entrega sin titubeos al capricho del verdugo.

“Al escritor que se hubiera cambiado por el político”, dice Cela, “sucedió el escritor que se conformaba con marchar al remolque del político”. Ambas aficiones son letales, como cualquiera advierte (menos las dos clases de escritores señaladas).

“Al escritor que se siente lazarillo del político (...) seguirá el escritor que lo despreciará”. De la primera muestra tuvimos ya bastante, en al menos un siglo de adhesiones fanáticas e inquebrantables, que algunos pretenden dilatar, últimamente más, porque siempre habrá jóvenes que querrán resucitar lo viejo, tú me entiendes.

Lo saludable es lo último: un desprecio educado, que lo cortés no quita lo valiente (los torpes suelen confundirlo, y es entonces cuando hay que desembolsar el filo). Un desprecio indesmayable, mantenido a ultranza y contra todo viento o marea, aunque ya no te inviten a los sitios, que visto uno, vistos todos y cada vez se tiene más pereza de ir donde no quieres.

Al fin y al cabo, lo que escribes quedará para los tiempos venideros, así rechinen dientes, que para entonces estarán echando en la huesa su eterna sonrisa estupefacta. Como nosotros, pero la nuestra será de carcajada porque al final y, con perseverancia, habremos ganado la partida…

La gente vive engañada y bajo el efecto de la “foto fija”: lo que es hoy, será mañana y de idéntica manera. Pero nada más mudable que la vida, que no cabe en ningún molde y esto, mejor que nadie, lo sabe el escritor.

No decimos que sea verdad cómoda, que ninguna lo es. Y si no que se lo digan a Miguel Servet y a Galileo, que se negaron a casarse con su mentira de época y en su cruz llevaron su calvario.

El político es el remero en el estanque del domingo de la Historia. Dicho igual, que no se aventura descubriendo el Orinoco. Y cuando las aguas suben un poco de calado, comienza a ponerse nervioso y a sudar, haciendo nada airosos aspavientos por ganar la orilla y convidar a las señoras a barquillo.

Llega el momento en que sólo quisieras leer tus propios libros. Llega el momento en que no quisieras leer libros. No digamos escribirlos. Con lo fácil que hubiera sido convertirse en protésico dental, cazador clandestino de avutardas o torcido manejador de los públicos caudales, aunque te pillen con las manos en la masa, pero las veces que te libras, qué.

Habría que borrarlo todo y empezar de nuevo... con la salvedad de que iríamos a parar al mismo mar, ni siquiera en bajel más aparente, y calafateando el buque para que no entre demasiada agua en la sentina.

Es un libro viejo “La colmena”, se ha convertido en persona de fiar. Su fabulador no necesitó del concurso del político para poblar su ficción de personajes, como tampoco nos necesitan gatas para preñarse en los tejados. Pues entonces.

2 comentarios:

  1. ¡Magníficas sus palabras Señor Rey!, me ha parecido muy interesante lo de la foto fija, pero no creo que toda la gente viva engañada, pocas, las otras saben vivir bien...o al menos lo han sabido hasta que llega las estrecheces. Y sí lo viejo siempre vuelve.

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