miércoles, 4 de febrero de 2015

GALLINA DE CORRAL (A las migajas)

HUMOR ENTRE CASCOTES (ENIGMA)

Don Higinio era hombre extraordinariamente puntilloso. Toda su vida, desde que heredó el negocio de peletería de su padre, y aún antes, desde el pupitre del colegio o, apurando más, desde la cuna, había transcurrido bajo el sello de una escrupulosa atención a los deta­lles. Esto le impidió escapar a su destino de provincia, como acarició fugazmente en sus años jóvenes, sobre todo en aquellos atardeceres de primavera donde se anunciaba ya el verano, en los que imaginaba para sí una existencia accidentada y heroica que culminaría con una muerte temprana y muy llorada. Su noviazgo y, principalmente, su casamiento le impusieron unos deberes que pronto se revelaron incompatibles con sus sueños, escasamente arraigados y a los que renunció sin darse cuenta.
Mientras su mujer daba a luz al primer hijo y lo criaba, él com­partía con su padre, en la tienda, la atención a los clientes y el trato con los proveedores. Éstos le inspiraban un respeto rayano en el terror, quizá porque venían de lejos con una mercancía que siempre le pareció extrañamente viva y a cuya manipulación no consiguió, ni si­quiera con los años, acostumbrarse por completo. Sin embargo, aprendió a disimular estas reservas cultivando un carácter distanciado, en lo que le ayudó su propia disposición anímica, retraída a cada paso, y la sutil presión que la ciudad ejercía sobre sus habitantes.
El nacimiento de su hija coincidió prácticamente con la muerte de su padre, el cual llevaba un tiempo estorbando en la peletería y ofre­ciendo un penoso espectáculo a la clientela. La tienda pareció desperezarse y don Higinio anunció vagamente unas reformas que no se llevaron cabo, según quedó de manifiesto a los pocos meses.
Por las mañanas, conforme caminaba hacia la tienda, situada a po­cos minutos de su domicilio, su carácter se revelaba en el cuidado con que ponía un pie tras otro sobre las baldosas callejeras que conocía de memoria y en el ceño con que registraba los pormenores, comparándolos mentalmente con los de días anteriores y haciendo, en fin, su inventario de menudencias. A mediodía y por la tarde hacia el mismo recorrido y, cuando avanzaba la primavera y los días empezaban a alargarse, se sentía, ignoraba por qué, un punto fastidiado.



2 comentarios:

  1. ¡La monotonía de una Vida!, suele ocurrir, posiblemente aquellas personas que se han arriesgado a ir de aquí para allá han podido ser más felices, tampoco es seguro. Retrata Usted muy bien esa vida penosa que cuando echas la mirada al pasado y al presente, el protagonista piensa que ha estado entre dos paréntesis sin poder moverse, el escritor Ignacio Aldecoa por lo visto no le gustaba en nada la rutina. Bonito texto, Señor Rey, muestra una cuestión muy real y yo diría que de muchas personas, aunque algunas no lo quieran admitir.

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  2. ¿ Vivir es arriesgarse?, pues sí pero al ser humano le encanta tener todo seguro y muchas comodidades, perdemos visión de la vida y sus propias vivencias, en cierta manera, dejamos de vivir.

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