miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL TROVADOR TONTUELO (A todas las princesas)

HUMOR ENTRE CASCOTES (CAPRICHO)

   Al trovador Melonardo le sorprendió la soldadesca conforme venía de rondar a la princesa, lo que tenía prohibido por el rey, que odiaba la música, principalmente la que hacía Melonardo. Aquellos brutotes le hicieron añicos el laúd, le desgarraron los leotardos y le tiraron al foso, donde tragó abundante cieno y casi se ahoga.
   Pensó entonces emigrar a regiones más salutíferas para su arte, pero le retenía su amor a la princesa, a quien no había visto jamás y por eso se la tenía que imaginar entera, adornándola, aquí y allá, con todo género de perfecciones y donaires.
   Melonardo era amigo de un domador al que faltaba un brazo y las dos piernas. Bebiendo los dos a escote una jarra de vino en la taberna, recabó el cantautor ayuda para raptar a la princesa. Sanchís, que así se llamaba el de las fieras, reculó de entrada, temiendo ir a parar a la mazmorra de por vida, si eran descubiertos. Melonardo supo convencerle.
   La noche siguiente era sin luna, pero la desaprovecharon a lo tonto. Así pasó con varias, terminando por encontrarse pues al pie del torreón cuando el satélite, que tanto cantaba Melonardo, brillaba como el foco de un estadio.
   Echaron a suertes quién trepaba como una lagartija y volvía a descender con la princesa, pero cuidadito por dónde la cogía. Resultó Sanchís favorecido, si bien se escaqueó esgrimiendo su condición de caballero mutilado, por lo que no tuvo más remedio el otro que asumir personalmente la escalada. Llegó a la ventana hecho un cromo y con abusivos carrerones en las piernas, y es que a este hombre se le iba una fortuna en medias.
   Temblando de emoción, se introdujo en los aposentos principescos. Una gramola (anacronismo) dejaba oír un tórrido tango, donde ella era un poco puta y él la perdonaba, con lo cual la moza tomaba a su corresponsal por un bendito.
   Melonardo hubiera debido retroceder en este punto, y cuando percibió la voz aguardentosa del jefe de los mílites, conversando (es eufemismo) con su adorada, ya era tarde. Al trovador le entraron de repente unas ganas tremendas de pirarse, ganando con Sanchís a uña de caballo la frontera, más allá de la cual fundarían los dos un negocio, una tienda de bolsos o algo así. No hubo caso.
   Al domador le arrancaron el brazo que habían respetado los leones, encerrándole a continuación en una jaula, la que colgaron como advertencia al exterior del muro y encima le obligaban a decir las horas. En cuanto a Melonardo, le hicieron escuchar de labios de un enano sus propias composiciones que el cuitado dedicara a la princesa, mientras ésta se daba a la conversación (eufemismo) delante de él con su galán, que próximamente partiría para zurrar a la morisma.
   Largos años pasó el del laúd en esta tesitura, hasta que finalmente consiguió darse a la fuga. Con sobrecogedora audacia, descolgó la jaula de Sanchís –la cerradura no se pudo abrir, ni ahora ni nunca–, llevándose al domador en un carretón escondido debajo de una manta con un estampado que reflejaba en viñetas el cortejo nupcial de la lombriz de tierra.
   Vivieron de exhibirse en ferias y mercados, y Melonardo –ignorando las protestas de su amigo, el tronco– se siguió gastando un dineral en lencería.



1 comentario:

  1. ¡ Un princesa que rompió moldes, ejejejjej!, supongo que quedará alguna Princesa de las de toda la vida de cuentos. ¿ Y qué ocurre con las no Princesas que sí se convierten?, ¿ unen inteligencia o audacia con el dinero del Príncipe?...¡ si al final hasta en los cuentos los personajes se mueven por intereses , está claro!, de las conveniencias pocos se libran.

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