HUMOR ENTRE CASCOTES (DISPARATE)
(Continuación de lo anterior.)... Lo malo es que, cuando ya lo tienes todo apalabrado, de repente no te gusta que el protagonista se llame Florencio
Carrascosa. Y tampoco te convence que, habiendo pretendido escribir una
novela seria, tu protagonista el bueno de Florencio no deje de perpetrar actos
ridículos, con el agravante de su condición sacerdotal, que debiera ponerle al
pairo, no ya de pecado, que la carne es frágil, sino de actuaciones indecorosas
allí donde las haya.
Pero, como decía el autor de “El ingenioso hidalgo...”, en la naturaleza
“cada cosa engendra su semejante”, de lo que resulta que de padres gatos,
hijos michinos. O sea, que se llamará quieras que no Florencio Carrascosa,
vestirá hábitos, si bien por dentro, que circula de paisano, destacándose
además por lo torpón, como demuestra lo de las abejas. Que a quien se le
ocurre sino a él patear la colmena, pues luego al dictar misa con la cabeza toda
vendada y el doble de tamaño bajó mucho la fe de la parroquia, surgiendo
incluso un brote de arrianismo, que se pensaba definitivamente erradicado.
A Florencio Carrascosa le puso el obispo las peras a cuarto, pero como
el jefe tenía bastante que ocultar con unas inversiones que había hecho
fraudulentas, Florencio Carrascosa se permitió bajo las vendas sonrisa de
ironía, que no te queda más remedio, como novelista impar que eres, que
describir con pelos y señales, buceando en las entretelas psicológicas del
consagrado.
Aquí puedes meter lo que te dé la gana, con preferencia barbaridades
sin cuento, resultando que lo que un hombre piensa (no vamos a decir la
hembra) es absolutamente impublicable, siendo ésta la función del novelista:
sacar a la luz lacras y vicios, no para regodearse en ellos, que allá tú, sino para
que no arraiguen demasiado y acabe el mundo animalizado, dicho sea con
perdón de los irracionales.
No sé si nos estamos enterando de cómo y para qué se escribe una
novela. El que no se entera es Florencio Carrascosa, que ha vuelto a meter la
pata, gravando espantosamente los pecados que le vienen a confesar las
mujerucas, cuando debiera cuidarlas con delectación y mimo, ya que
constituyen el último reducto de su empresa ultraterrena. Y si se te van éstas
¿de qué vas a vivir, Florencio Carrascosa? ¿De los panales?
Como se aprecia, material es lo que sobra en la novela. Y más que
poner hay que quitar, encontrándote muchas veces con un dilema cruel.
¿Conservas el fragmento en que el cura se postra de hinojos, paganamente,
ante el barrilito de vino moscatel que adquiere de matute con el dinero del
cepillo? ¿O te atreves a suprimir (a ver esos cojones) cuando pasea bajo la
cellisca, pronunciando mentalmente un monólogo en que se tacha de indigno y
de protervo, aparte de capullo, que es lo que pensará el lector maduro y no es
que tú lo hayas buscado?
Lo que hay que mirar es el conjunto, y más vale en ocasiones eliminar
una sabrosa anécdota que contarla, sabiduría que no pueden compartir los del
“resfriado ingenio”, que en cuanto tienen una idea la atesoran, pues hasta el
siguiente milenio no les vuelve a visitar el duende.
Se agradece el tomarse la vida con humor
ResponderEliminar¡ Qué malas somos las damas, jejejej!, bueno, está bien, está bien Señor Rey, nos atreveremos a suprimir si es necesario...¡ madre mía que lío, al final debo empezar de nuevo con la novela!, jejejje. Gracias por su humor, Señor Rey nos alegra la vida, si algunas personas tuvieran más humor mejor les iría.
ResponderEliminarAgradezco que me dé las gracias por mi humor. Sin embargo, el humor es completamente involuntario... e indicio de un fracaso: Reímos para no llorar.
ResponderEliminarBuff!!! Reverencia versallesca, Diosss!!!... Tiene el pulso de Quevedo, este Rey de Sola!!!!. Me quedo muda. Muchas gracias, otra vez.
ResponderEliminarSoy yo el que da las gracias.
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