HUMOR ENTRE CASCOTES (DISPARATE)
En el café de Chinitas
dijo Paquiro a su hermano:
Soy más valiente que tú,
más torero y más gitano.
Federico García Lorca
dijo Paquiro a su hermano:
Soy más valiente que tú,
más torero y más gitano.
Federico García Lorca
Cuando Alarico Melamamas, en fecha tan señalada como la del veinticuatro de
diciembre, anunció a padres y hermanos su propósito de consagrarse de por vida a la glosa y
ejercicio del artículo de la Constitución de su país que proclamaba la libertad de expresión sin
cortapisas, el abatimiento hizo rápida presa entre sus deudos. Su madre, después de derramar
profusas lágrimas, le expuso lo siguiente:
-¡Hijo! Como sabes, soy mujer sin preparación ni estudios, de lo que me enorgullezco y
le ha venido de mimo a la familia, que jamás ha sido sospechosa de inteligencia en ningún
campo. Con tal bagaje, y la salvaguarda de tu padre (aunque su protección no vale un pijo,
dicho sea de paso), os saqué adelante a ti y a tus hermanos, en número de nueve, si la
memoria no me falla, que creo que sí y me importa un bledo. Recordarás las veces que me lié a
tortazo limpio en la escalera, defendiendo el honor y la limpieza de los nuestros. Mi facundia,
restringida a este ámbito semidoméstico, no le iba a la zaga a la del orador Demóstenes, un
espabilado, por lo que comentaban el otro día las vecinas en la tienda... La noble causa que
pretendes abrazar es defendible en otros lares, nunca en esta sombría y atrabiliaria piel de toro.
Pues de persistir, antes pronto que después te introducirán un palo astillado de fregona por el
culo o te socarrarán las partes con un soplete de fontanero. ¡Inspírate de tus hermanos! –le
intimó la mujer, cuya grosura trepidaba al compás de su vehemencia–. El mayor sostiene la
escupidera de un preboste. Otro se ejercita de felpudo. Y los restantes lustran cada mañana a
lametazos el calzado del correspondiente prócer. Ellas, tus hermanas, ascienden como un
cohete por el escalafón con el solo mérito del coño. ¿Nos quieres atraer la ruina –inquirió,
dolida–, precisamente en unos momentos en que las autoridades están a punto de concedernos
el galardón con que se premia a los más trágalas y que consiste en el marbete de una famosa
marca de embutidos? ¡No jodas, hijo, que ya hemos sufrido demasiado! –culminó con cariñosa
entonación la madre–. Ahora pasará tu padre, que, aunque es un mierda, abundará en mis
argumentos.
El cual, tomando el lugar de su costilla, explotó:
-¿Cómo te ha entrado semejante desatino en el caletre? ¿Acaso yo, espejo en que te
has debido mirar desde la cuna, te he inficionado sin querer el miasma? A mis jefes, como
sabes, y tú debías imitarme, no paro de hacerles cucamonas a la gárgola, lo que aprendí de
joven y no es tan oneroso como seguramente piensas: también lo realizan estudiosos,
catedráticos, académicos de la que limpia, fija y da esplendor y demás morralla. Si las lágrimas
de la que te alumbró no te conmueven, guíate de mi alegato, que aunque mendaz es sentido y
nos va en ello la supervivencia. Hazte el soca con ese derecho lamentable, que sólo se ha
incluido en nuestra Carta Magna para que no nos imputen del extranjero su carencia, pues el
orgullo nacional no soporta tutelajes, a no ser que insistan y entonces, ¡pero por pura
educación!, embuchamos lo que sea y todavía rebañamos el plato. Y además –concluyó con
el guiño que le era particularmente aplaudido en la tertulia de maricones donde solía ser
máxima estrella–, tendrás que pasarte la existencia mirando a tus espaldas. Pues Roma no
paga a traidores y el que pueda que lo entienda, que yo sé bien lo que me digo.
Esa noche, en medio de una ventisca tan fuerte como no recordaban los más viejos,
salió Alarico de su casa. Le siguieron perros de todos los pelajes.
Una gran verdad expresada sin rodeos lo contado en esta historia.
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